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Leyendas

Los Duendes y las Ahuaques.

   Una vez, hace ya varios años,un hombre llamado Felipe Vivar se fue a bañar en un pocito que está allá arriba de San Pablo y, entonces, lo manosearon los duendes y se lo llevaron a la cueva donde viven "las mujeres bonitas" llamadas las "ahuaques"*. Cuando regresó ya no quería a su esposa porque lo habían manoseado "las mujeres bonitas". Sus familiares lo llevaron con el granicero* quien lo curó y volvió a ser normal.
   Cunado a  Felipe lo estaba curando el granicero, él llevaba comida a la cueva donde viven los duendes y "las mujeres bonitas" como parte de su tratamiento. Cada vez que iba se  encontraba a un compadre suyo a quien había matado un rayo (porque a las personas que les cae un rayo "se van" con cuerpo y alma).  Entonces él pedía a los duendes que dejaran ir a su compadre y éstos le contestaban que sí,pero que él tenía que quedarse en su lugar. Felipe no quiso y dijo que mejor se quedara su compadre.
    Esto lo contó Felipe cuando ya estaba curado.

 

  


El hombre de la mina.

   Cuenta la leyenda que una vez un hombre se quedó encerrado bajo las piedras de la mina donde trabajaba, cuándo ésta se cayó.
   Después de cuatro años lo encontraron vivo, y cuando le preguntaron como le había hecho para sobrevivir, él platicó que gracias  a que las ánimas le llevaban las velas y la comida que su mujer le ponía en la ofrenda cada año, al creerlo muerto. Este hombre murió al poco tiempo de  haber salido de la mina porque "le pego el aire".

  


El Horno y la Leña Negra.

   Dicen que en Tequesquinahuac, Victor Carrillo, todos los años se enojaba y renegaba del trabajo que tenía que hacer para la Fiesta de Todos Santos.
   Que cada  vez que su mujer le decía que prendiera el horno para hacer pan, él iba enojado y rezongando. Un año que hizo lo mismo, cuando trató de prender el horno una y otra vez, éste ya no prendía, sólo se ponóa negra y no hacía lumbre.
   Después de intentarlo muchas veces con el mismo resultado, dijo que lo iba a tirar, pero cuando trató de hacerlo,el horno exploto,se prendió y lo quemó.
    Desde entonces, nunca volvió a protestar y era el primero en hacer los preparativos de día de Muertos cada año.

  


Por no querer poner ofrenda.

   Un hijo de Doña Julia, llamado Luis,cuenta que cuando trabajaba en el Rancho Santa Mónica de Texcoco, dos trabajadores del Rancho, originarios de Cuautlalpan, en un día de Todos Santos,cuando salían de su trabajo, le preguntaron si él iba a poner ofrenda. Luis respondió que si, -¿Y ustedes?- dijo. Entonces uno de aquellos trabajadores contestó: -al diablo con las ánimitas, yo no pongo ofrenda-. Luego se despidieron, y cuando el que contestó así atravesó  el campo para salir,se encontró con una persona que se le hizo conocida; al acercarse vio que era su papá, quien ya había muerto hacia tiempo. Lo saludó, y su papá en vez de contestarle, le dio una zurra con las cañas del zacate que estaba cortado en el campo, por no querer poner ofrenda. Desde ese mismo día, todos los años la pone.

 




El cura que no creía en las ánimas.

   Un día en misa de Todos Santos, un sacerdote dijo que no era cierto que venían las ánimas ese día, que no se debían poner ofrendas.
  Pedro Rivas, fiscal del pueblo, muy molesto por lo que el cura había dicho, lo invitó a comer a su casa, para que viera el altar y las ofrendas que él había puesto. Al llegar a la casa de Pedro el sacerdote comenzó a notar que había algo distinto: un aroma nunca sentido y un sabor en la comida nunca antes probado. Cuando preguntó que era todo aquello. Pedro le dijo: ya ve padrecito, es que son las ánimas que son las ánimas que vienen a visitarnos las que le dan un olor y un sabor distinto a las cosas.


 




El hombre flojo.

   Había un hombre muy flojo al que se le había muerto su mujer y se volvió a casar. Una vez su mujer lo mandó a traer leña para preparar la Ofrenda de Día de Muertos, pero como era muy flojo en vez de trabajar se acostó a dormir en el campo. Entonces las ánimas lo encerraron en un árbol de ocote y no lo dejaron salir. Como no llegó a su casa,en su mujer todo crudo en el altar porque no tuvo leña para cocerla.
    En la noche el flojo desde donde estaba encerrado comenzó a oír el ruido de una campana y el árbol se fue abriendo poco a poquito y pudo ver a todas las ánimas que iban pasando con su ofrenda y una vela prendida, y vio que hasta atrás iba su difunta esposa con un ocote en vez de vela y llorando ella le dijo: mira,por flojo,yo llevo tamales, pollo,arroz,mole y pan crudos, y en vez de vela llevo un ocote.


 




Los Arvejones y el Perro Negro.

   Se dice que a una muchacha le cayó un rayo y los duendes se la llevaron con cuerpo y alma a la cueva de las "ahuaques".
   Allí "las mujeres bonitas" (ahuaques) y los duendes la pusieron de criada: una vez la mandaron a cocer un puño de arvejones y coció un "cuartillo" y cayó una gran granizada. Luego la mandaron a darle de comer a un perro negro que los duendes tenían; como lo vió muy flaco y amarrado lo soltó, y entonces, cayó en el pueblo una gran helada. Los duendes se enojaron mucho y corrieron a la muchacha y ella regresó con sus familiares.
Por eso San Pablo, cuando llueve no se cuecen los arvejones,  porque sino, cae granizada. Y cuando las heladas son muy duras es que el perro flaco anda suelto.

Los Duendes.

   Allá por 1974, Don  Pablo Sánchez, vió a los duendes. Esto sucedi´p cuando estaban entubando el agua de San Pablo.
   Dijo que unos hombresillos rojos con capas rojas, parecidos a los "Santiagos"*. Don Pablo, después se puso muy enfermo, porque los duendes se lo querían llevar.Se curó hasta que fue con el  granicero de Tequesquináhuac.

Una cera muy especial.



   Cuenta Don Jerónimo Vivar, que su mamá acostumbraba a comprar una cera muy especial cada año,en una cereria muy renombrada de México que vende muy caro,para ponerla en la Ofrenda. Ella miraba como le hacía, pero siempre compraba allí. Cuando su mamá murió,él continuó con la costumbre; pero una vez se le hizo fácil comprar una cera más barata; la que ella compraba valía como 8 pesos y la que él llevó le costó 3 pesos el kilo, "se me hizo rete barato", cuenta. Cuando llegó a casa sus hijos y su esposa prendieron la cera que siempre le ponía a su mamá,y sucedió que al encenderla nombrando al ánima, el pábilo prendió por la parte de abajo, por el candelero. Cuando se dieron  cuenta, lacera se iba quemando de abajo para arriba,por dentro y sin caerse. Esto sólo sucedió con la cera de su mamá, la que debía ser "la especial".
   Don Jerónimo cree  que su  mamá no estuvo de acuerdo ni a gusto con lo que le había comprado. Desde entonces, le compra "la cera especial", aunque le cueste caro.

Ambrosia Torres y el Granadero



Hace años al Señor Timoteo, un día le cayó un rayo y lo mató; su esposa estaba muy triste y deprimida porque no lo volvería a ver.
Un día fue a ver a un granadero del pueblo, y le pidió que de favor le hiciera volver a ver a su esposo una vez más, éste le pidió verla al día siguiente citándola en el altar mayor de la iglesia. 
Llegó el día siguiente y Doña Ambrosia asistió a la iglesia como lo habían acordado; el granadero quitó el mantel del altar, y al observarlo, ahí pudo ver a su esposo que estaba en un campo muy hermoso cuidando guajolotes, contento y saludable. Ambrosia se fué a su casa feliz de haber visto a su marido y contó a sus hijos lo ocurrido en la iglesía.
A los pocos día después de éste hecho, Doña Ambrosia falleció.

La mera verdad... no sabe igual.



  Un compadre de Don Jerónimo que vivía en San Sebastián Tecoloxtitlan, por Santa Martha Acatitla, cada año le pedía que le guardara su pan de muerto. Un año que sus compadres no pudieron ir a recoger la Ofrenda de Día de Muertos, a su familia se les olvido guardarles pan, se lo comieron y regalaron todo.        Entonces, como sabían que los compadres iban a llegar a los pocos días, su señora y él hicieron  pan de muertos nuevamente: le pusieron flores y frutas encima, le echaron incienso con el zaumario  y todo lo hicieron igual. Cuando llegaron los compadres les dieron el pan y ellos al probarlo, luego luego dijeron: -No, éste no es de Todos Santos. Ustedes lo compraron o lo hicieron otra vez, pero éste no es de Todos Santos. No Sabe igual-.

 

Las dos monjitas.



   Cuenta Doña Enriqueta Vivar, que a un hermano suyo, padre de los Gutiérrez que vivían  en Santa Martha Acatitla, se le había muerto su esposa y su mamá, y que cada año venía con su familia a San Pablo a ponerles Ofrenda.
​   Una vez, cerca de la Fiesta de Todos Santos, como por el veintiocho de Octubre, sus hijos le advirtieron que ese año no iban a ir a San Pablo ni a hacer nada para Muertos porque tenían mucho trabajo. Su hermano fue a tomar el pulque que acostumbraba después de comer y al atravesar la calle para llegar a la pulqueria, llamó su atención dos monjitas que iban en dirección suya. "¡Qué chulas! ¡Qué bonitas!" pensó.  Cuando estuvieron en frente de él, una de ellas le dijo: "¿Y tú, que haces aquí? ¿Qué no te puedes ir a barrer tu casa? Ándale, ve y barre que está muy sucia." El se quedó sin habla. Enmudecido, reconoció a su mamá y a su esposa que iban vestidas de monjitas. Cuándo reaccionó, las monjitas ya no estaban.
   Después, llorando les platicó a sus hijos y les dijo: "Yo no sé ustedes, pero yo me voy a San Pablo a barrer mi casa, aunque no ponga nada." Cuándo sus hijos lo vieron llorando, compraron todo y lo acompañaron a San Pablo a poner la Ofrenda.
   A su hermano le entró"susto" y de ahí comenzó a estar enfermo. Aunque lo llevaban al médico no se curó y antes del año murió."Se lo llevaron", nos cuenta Doña Enriqueta.
Desde entonces, su familia, cada año vienen a San Pablo a poner la Ofrenda y una vez "levantada" se regresan a México.
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